Me cago en la ley antitabaco (post erizísimo)

De hecho me cago en general, pero en la ley del tabaco más. Después de una racha de mucha felicidad y trabajo, hoy salí de la chambix a las 7 con la idea de no trabajar hoy y hacerme buey hasta las 10, donde vería a unos amigos en el Pasagüero. Caminé desde Reforma Lomas hasta la Plaza de la Constitución, y me deprimió enormemente no tener a quién llamar para ver pus acá en plan bonito. Siempre están mis cuates, sin duda, pero todos andaban ocupados, y dudes, no se me ofendan, pero igual verlos a ustedes no es lo mismo que ver a alguien en plan acá. En algún kilómetro de Reforma me di cuenta de lo burnt out que está mi cerebro y no pude hacer otra cosa que seguir caminando, sin disfrutar del iPod, sin querer sacar una sola foto. Creo que sólo Metallica despertó en mí una vaga sensación de headbangeo.

No olvidar además este pinchi calor de los mil diablos que te quita las ganas de vivir.

El acabóse se presentó cuando llegué al Centro. Decidí que bien me merecía una chela bien muerta y un cigarrito, que eso me relajaría, y que si no podía sentir nada, estar borrachín casi contaba como un sentimiento. Recordé que hoy era el día más triste para los fumadores mexicanos, y como buen ciudadano, me dediqué a buscar un lugar con terracita en donde echar humo. Encontré cuatro locales en la calle de Gante, uno de los cuales tenía una banda huesera cuya vocalista sonaba a la vieja que canta Keen Le; todos estaban llenos a reventar. Siguiendo con mi caminata automática me fui a La Terraza del Zócalo, ese restaurante en la azotea que da a la Plaza de la Constitución, porque no me podía imaginar un lugar más ventilado y al aire libre en todo el Centro Histórico.

Sorpresota: El lugar tiene un toldo, y aunque le entra todo el aire que viene de la Magdalena Mixhiuca (que es un chingo), califica como interior y no te dejan fumar. Papas con mi plan: en el centro histórico sólo la calle de Gante, cerrada al tránsito, tiene espacios para fumar.

Me tumbé en una jardinera de la Catedral y me fumé un cigarro. Después una señora me preguntó si hacía trabajos de plomería o si nomás era maistro albañil.

No mames, México: como siempre, reaccionas de más. Yo soy un fumador empedernido: sé que soy el lumpen de la vida, la escoria del mundo, y es lo más razonable del mundo que la gente no quiera tacos con sabor a tabaco. Pero señores, los fumadores ya estamos aquí, nuestra necesidad existe, no desaparecemos de la noche a la mañana: ¿habría sido tan difícil implementar algo escalonado, en donde los restaurantes crearan primero espacios para sus clientes fumadores, pusieran tres pinches sillas y una mesa afuera, en las banquetas, para después implementar la ley?

Yo no sé de leyes, pero ¿no se necesita primero crear las condiciones necesarias para implementar una?, chale, hasta ganas me dan de hablarle a mi ex abogada pa preguntarle qué jais (mi exnovia era abogada, no corrí a mi abogada).

La historia termina conmigo de vuelta en mi casa, donde, por primera vez en mi vida, ignoré completamente a mis padres, clavados al televisor que está al lado de la cavita familiar, y me serví un olímpico tequila para acompañar mis cigarritos de la noche. Puedo imaginar los ojos de plato que debe haber puesto mi única madre, la más querida; mi papá dijo algo increíblemente Ingeniero Bioquímico, semejante a "vigila tu ingesta de carbohidratos y moléculas complejas etílicas", yo les gruñí vagamente y me vine a la computadora, mi cantina personal, donde se está en chones, se bebe tequila, se fuman Camel azules, se escucha a Lou Reed, y se descargan los sentimientos en un blog.