29 sep 2004

La muerte en forma de Tlalpan Sur

Ahí iba yo, ¿no? Muy contento y feliz en mi carro, sobre Tlalpan hacia el Sur a la altura del Centro Asturiano. El tráfico estaba de la chingada, y estaba lloviendo a cántaros, pero hasta ahí ninguna novedad.
Pero que se me para el carro. Muerte súbita vehicular. No prendía. No arrancaba. No había parabrisas. No había intermitentes. No existía Dios.
El tráfico se esfuma gratuitamente. Tlalpan acelera a mi alrededor. Mi acompañante se pone más pálida de lo que ya estaba por concepto de infección estomacal. Los peseros me mientan la madre, los truenos arrecian, mi carro, mi espada de Damócles. Mi espada de Damócles, suena bien picudo.
De repente, una camioneta. Una camioneta espiritual, con el corazón en su lugar, probablemente budista. Me empujó lo más que le fue posible, sin que por esto yo consiguiera encender. Me arrastró un buen trecho hasta que no le fue posible seguir arriesgando su propia integridad camionetil. Pero fue lo suficiente para armarme del valor necesario para salir a torear carros y empujar mi carro a buen puerto.
Una vez en tierra firme, búsqueda frenética de mecanicos abiertos, llamadas celulares a padres angeles de la guarda. Infructuosos resultados.
Regreso a mi carro, quincuagésimosexto intento de prenderlo: Éxito.
Circulación reanudada de manera normal.

Vi a la muerte a la cara, y tenía cara de vidrio empañado, voz de claxones enojados y no noté si le gustaba jugar al ajedrez.
Y por más que mi acompañante fuera el más adecuado con el cual morir trascendental y poéticamente, no estamos aún para tales trances.


1 comentario:

El Mareo dijo...

Jujuju. Piernas.